martes, 3 de abril de 2012

Alma Mater

Alma Mater
El Viento frío me abrazaba, las nubes amoratadas por contener su llanto cubrían el cielo. A mi alrededor puertas de madera teñidas de aunque más bien eran del color de aceite casi llegando a negro. Un marco de rosa cantera sostienen respectivamente una puerta, estos a su vez sujetos a muros gruesos que encierran historias contradictorias y peculiares aulas ahora vacías.

Vigas aferradas al techo del pasillo, el suspiro hondo del viento columpiaba a las frías lámparas e cristal que encierran focos obligados a seguir el ritmo brusco y repentino.

Un paso cantera rosa, uno más ahora es azul. ¿Cuántas plantas de pies cansados habrán pisado estos suelos? ¿Cuántos pensamientos habrán dejado huella y dónde?  Mientras tanto las bancas de madera descansan esperando brindar el privilegio del que gozan.

Mamparas tapizadas de hojas salpicadas de tinta formando letras, palabras, enunciado, textos informativos, desde el típico documento formateado hasta  panfletos de imprenta. Uno de ellos permite que el matiz rojo delineé un rostro regordeto de un señor que sus un sombrero y lentes redondos.

 Arcos de medio punto sobre columnas de cantera tan fuertes como un roble y de sencillo estilo, presumen de ser límite que divide el patio del pasillo.

Patio acorralado de muros, puertas arcos y cedros verde limón, que son y dan vida, más no aspiran a llegar más alto porque sus raíces son restringidas y obligadas a usar el estrecho espacio de una maceta de barro.

En el centro emanan dos pozos de cantera que hoy sirven como punto de reunión amiguera, sobre ellos flores rojas ya adornos de metal cuya cima es una cruz que anuncia que este edifico fue un convento, ahora es mi alma mater, madre que nutre y me confunde  en las brumas más me deja con una esperanza y yo soy el embrión esperando estar segura en su vientre.

Descendí por las escaleras, al lado derecho de los últimos  peldaños hay un nicho que una estatuilla podría decorar.

No fue el letrero amarillento sino el olor exquisito, el que me incita a tomar  un  café que rechacé debido a que el tiempo me apresuraba.

Una planta de hojas lisas verde obscuro se asoma curiosa a la calle, puede pensarse que deseaba salir corriendo en busca de su libertad. Crucé la puerta.

Caminé bajo un arco bastante fornido formado por piedras azules café, azules y verdes, es tan estrecho que  parece haber quedado en el intento de ser un verdadero arco, por falta de prolongación y sólo puede pasar una persona la vez.

Vigas aún más viejas, desgastadas por los años, por el tiempo, sol, lluvia y viento, permanecen bajo un balcón habitado por bellas flores. Transité por la banqueta con subidas y bajadas como la vida misma. Por la carreta autos iba y venían, un chico por la línea blanca paseaba campante en su bicicleta sin precaución alguna.



Yo no tenía  el privilegio de atravesar para llegar a la parada del camión, así que continué observando los muros rojos y altos, algo pintarrajeados obviamente por vagos y es posible que hasta por los mismos guías de turismo que carecen de educación y preparación para ejercer un trabajo delicado que refleja al pueblo. Mariposas negras atraídas por los  reflectores posaban en las paredes principalmente en los espacios desgarrados.

A mi costado escalones y más escalones llegan llevan al templo de Valenciana, pero no subí continué andando. Puestos de platería y frente a ellos más competencia pero en negocios establecidos, las señoras fueron corridas por un viento inoportuno.

De cualquier manera la plaza estaba vacía, el jardín contaba con pocos árboles  como habitantes. Sólo uno maduro y sin hojas  ni pudor muestra sus abundantes brazos secos. Bancas de asfalto muy altas por cierto y otras de metal plateado, faroles rodeando el jardín sin pasto y una fuente no tan grande en el centro.

Es más bonita la que se asoma por la puerta semi abierta  de madera en medio de columnas, esa fuente del edificio naranja llamado Cimatel  es esbelta y de cantera.

Me desvanecí por la salida derecha pase entre sanitarios y una camioneta verde pistache. Frente a mí y a un lado de un negocio de curiosidades como piedras preciosas y artesanías me esperaba mi departamento amarillento con las ventanas del balcón abiertas.

Pude abrir con facilidad la puerta negra, ya que solía atorarse la llave, subí las estrechas escaleras obscuras de metal crujieron, la pared recargadamente rosa.

Mi mesita pequeña frente a la ventana, sobre ella una plantita y otra vez a escuchar el grito amargo del silencio y a vivir con mi amiga  “Cómplice afonía” a la que muchos llaman soledad.

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